Más metas que versos


Puede que el Metaverso haya venido (sería más correcto decir que está viniendo) para quedarse en nuestras vidas, pero no parece que ese sea un tema relevante para ser analizado en una columna como esta. Lo que sí parece serlo es el grado de importancia que llegue a tener en las relaciones entre las empresas y sus clientes.

 

Desde este punto de vista es poco probable que, mientras la tecnología que lo soporta no dé un paso de gigante, se convierta en un medio cotidiano que sustituya a las actuales presencias físicas y digitales en estas relaciones habituales. 
Si afirmamos esto es, básicamente, por dos motivos. El primero de ellos es la complejidad material que parece (por lo que sabemos hasta ahora) conllevar su uso, lo que va en contra del avance hasta ahora conocido de otras tecnologías, orientadas siempre hacia la simplificación. Pero la otra razón también es importante, ya que entendemos que la ficción en la que nos sumergirá la vida ‘metaversiana’ no sintonizará con la cruda realidad de, por ejemplo, limpiar el baño o hacer la comida.

 

En absoluto estamos diciendo que los ‘versos’ (hay que decirlo en plural porque no será uno solo) no resulten atractivos o no permitan hacer transacciones económicas, pero sí resulta lógico pensar que estén (como ya, de hecho, lo están ahora) más próximos al juego y a la fantasía que al mundo real. Serán universos (de ahí lo de ‘versos’) paralelos en los que podremos hacer muchas cosas, pero no todas. Digamos que, parafraseando a Calderón, serán “patrimonio del alma”. Como el honor, por ejemplo.

Claro está que será factible gastar y consumir más allá (meta) de la física, generando, por cierto, una magnífica paradoja filosófica: la física metafísica. Pero, con escafandra o sin ella, los nuevos desarrollos tecnológicos deberán resolver problemas de interactividad, cuyas soluciones, hoy por hoy, son difíciles de concretar.

 

¿Cómo se relacionarán, entonces, las marcas con sus consumidores? No parece complicado imaginarlo, ya que la total identificación (y el conocimiento) del usuario será de tal nivel que permitirá a quien tengamos al otro lado, ya sea un humano, o una seudointeligencia artificial (no soy capaz de quitarle el prefijo porque yo siempre he mantenido que la principal diferencia entre la inteligencia artificial y la natural es que la artificial, siendo algo muy potente, útil y valioso, no es inteligencia, propiamente dicha) tratar con nosotros con gran competencia y economía de esfuerzos (esto último por su parte, no por la nuestra).

 

Es casi seguro que en ese aspecto será donde va a residir una de las principales claves de la cuestión.

Porque si esos ‘metas’ (me refiero a todo aquello que vaya más allá de lo hoy bien conocido) se convierten en redes sociales sofisticadas, dedicadas a permitir y fomentar la interrelación de los usuarios (“beyond imagination”, como diría el protagonista de El Fantasma de la Ópera), resultará relativamente sencillo comprar y vender a través de ellos. Como, incluso, puede serlo otro tipo de actividad de marketing que no se reduzca a la compraventa de bienes, ‘NFTs’ o servicios, sino, también, a transmitir mensajes tendentes a crear notoriedad o promover sentimientos hacia las marcas o las empresas.

 

Otro tema interesante es el de las percepciones. Ya es bien sabido que, en nuestro tiempo (tal vez siempre lo fue) es más importante lo que se percibe que la propia realidad, al igual que la marca va más lejos que el producto amparado por ella.

 

En el metaverso la apariencia ascenderá de categoría y se colocará al nivel de las emociones, es decir, alejada de la racionalidad y muy por encima de la lógica elemental.

Antes hemos nombrado a Calderón de la Barca y, llegado este punto, es preciso volver a hacerlo, ya que, para expresar las nuevas vivencias que nos proporcionará esta realidad ‘corregida y aumentada’, vienen muy bien sus palabras: “Si fingimos lo que somos… ¡seamos lo que fingimos!” 

 

Y esto no es intrascendente. Por el contrario, pone en riesgo la óptima gestión de una experiencia de cliente que se verá afectada por el alcance de esa ficción: cuanto mayor sea la dimensión del ‘meta’, más lejos nos encontraremos de los datos conocidos (y registrados) de ese consumidor que está navegando por nuestro ‘verso’.

Desconozco si este peligro se está evaluando en su auténtica dimensión. No parece aventurado afirmar que, si solo nos afanamos en perfeccionar los aspectos técnicos de las herramientas a desarrollar para conseguir un ‘verso’ más ‘meta’ que el de nuestra competencia, podremos subir muy alto (inspirados por un “¡Hasta el infinito y más allá!”, propio del bueno de Buzz Lightyear, y, también, de muchas empresas tecnológicas contemporáneas), aceptando, de forma inevitable, la eventualidad de que la caída sea más dura.

 

Aunque, como también afirmaba Calderón (le mencionamos por tercera vez en este artículo): “El caer no ha de quitar la gloria de haber subido”.


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