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Marcas que dejan huella... de carbono

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Siempre se ha considerado que una marca, para tener éxito en el mercado, debía dejar huella en el ánimo del consumidor. En los últimos tiempos, turbados los anunciantes por la moda de trasladar a los mensajes publicitarios de sus marcas unos supuestos propósitos sociales y ecológicos (en ocasiones, un tanto forzados), no dejan de aparecer en la comunicación comercial de productos y servicios de toda índole múltiples afirmaciones que, dicho sea de paso, empiezan a resultar un tanto fuera de lugar, cuando no abiertamente sospechosas de ser indicios de un flagrante postureo. Pues bien, muchas de esas marcas, tan preocupadas por mostrar al mundo (léase ‘consumidor’) sus buenas intenciones, lo que en realidad están demostrando es su complicidad con los mayores generadores de huella de carbono: las redes sociales. Recientemente hemos sabido, por ejemplo, que las emisiones de CO2 de Google han subido un 50% desde 2019. La intensidad energética que requieren los centros de datos y la incorpora

Malos anunciantes

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Entre los anunciantes, como en todos los órdenes de la vida, los hay buenos y malos. Ahora bien, leyendo el título de este artículo, serán muchos los que se inclinarán por colocar en el grupo de los malos a quienes no destacan por la calidad creativa de su publicidad. Aquellos que utilicen este baremo para hacer su clasificación se equivocan.   Un anunciante no es el único responsable de la calidad creativa de su actividad publicitaria. Pero es que, además, la mala calificación de su creatividad (juicio que siempre conlleva fuertes dosis de subjetividad) no es motivo para otorgar esa negativa condición a ninguna empresa.  Sin embargo, sí existen otros motivos objetivos que nos permiten diferenciar a los buenos anunciantes de los que no lo son. Y como nos estamos refiriendo a esa concreta y circunstancial actividad de las empresas (no existen los anunciantes ‘natos’, sino firmas que –siendo todas ellas de sectores ajenos al de la publicidad– contratan los servicios y los espacios de ter

Desprecio olímpico

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La expresión ya está en desuso, si bien es cierto que, a raíz de algunos aspectos de la celebración de los Juegos de la Olimpiada de París, hemos comprobado que diversos observadores, críticos con el desarrollo de su ceremonia inaugural, la han recuperado en sus artículos de opinión.   Sin embargo, aquí queremos utilizarla en su sentido original, que es el que puede traducirse por algo así como ‘desdén altanero, soberbio’. Y no lo hacemos para referirnos a una actitud intencionada, sino, más bien, a un comportamiento que, sin pretenderlo, lleva implícito un sentimiento contradictoriamente vanidoso y de tácita arrogancia. Estamos hablando de ‘Dear Sydney’, el spot de Gemini en el que un padre solicita al asistente de Google que ayude a su hija a redactar una carta dirigida a su admirada atleta (Sydney McLaughlin-Levrone). No dudamos de la buena intención de Google, pero es ahí, precisamente, donde reside el problema.    El comercial es desafortunado por un doble motivo, pero, antes de e

El tamaño importa (y la calidad, también)

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Cuando hablamos de medios y publicidad, parece una obviedad hacer una afirmación como la del título de este artículo (dos obviedades, deberíamos decir), pero, a la vista del comportamiento de muchos anunciantes, no debe ser tan evidente.   Si el tamaño, en publicidad, no fuese relevante costaría lo mismo, por ejemplo, una página de publicidad en un diario que un anuncio por palabras en la sección de clasificados. Y tendrían el mismo precio una valla de cuatro por tres metros y una de ocho por tres. O un spot de treinta segundos y uno de veinte. Hasta aquí todos lo tienen claro. Nadie discute que sea así, porque parece de una lógica aplastante. El problema surge cuando metemos en la ecuación (en el plan de medios) a esas plataformas y soportes digitales, tan modernos ellos, que tienen hipnotizados a una amplísima mayoría de personas (me cuesta trabajo denominarlos ‘profesionales’) dedicadas al marketing y sus herramientas.   Por supuesto que algunas de esas plataformas son útiles para c

La publicidad que viene

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“Un soneto me manda hacer Violante,   que en mi vida me he visto en tal aprieto”.     Me vienen a la memoria estos versos de Lope de vega, cuando empiezo a escribir el artículo que me pide Daniel Campo, para celebrar los primeros veinticinco años de El Publicista. Un artículo sobre la evolución de la publicidad y de la creatividad en el primer cuarto del siglo XXI. Me dice Daniel que el foco de este número especial de aniversario son las ideas para mejorar el mundo y los grandes cambios, que se han producido y se están produciendo en estos años. Y ahí está el problema.   Lo de mejorar el mundo me suena a los discursos que hacen las misses cuando les interrogan los periodistas en los concursos de belleza. No acabo de ver la relación que tiene ese objetivo con la publicidad, ni con la creatividad publicitaria. Creo que el objetivo de la publicidad es favorecer el consumo de productos y servicios, contribuyendo al desarrollo económico de los países, lo que no tiene nada que ver con el lo

Un target, dos targets, tres targets

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Sí, había más, pero en la mayor parte de los casos solo se trabajaba con tres posibles targets: amas de casa, individuos o niños. Este era el panorama habitual para la mayoría de las marcas y, en consecuencia, para sus agencias durante el siglo XX. Pocos definían a su público objetivo con criterios que estuvieran al margen de estos tres grupos. Existían, claro está, excepciones geográficas, en función de la distribución del producto o servicio a anunciar, pero poco más.  Cierto es que, durante muchos años, los planificadores de medios apenas disponían de elementos objetivos lo suficientemente eficaces como para segmentar más. Si acaso, se diferenciaba, en algunos casos, por sexo, pero esta división no era fácil de implementar en algunos medios como, por ejemplo, la televisión, cuyos usuarios en las horas de mayor audiencia eran imposibles de diferenciar.   La aparición de instrumentos interactivos en los albores de nuestro siglo, fue permitiendo una progresiva segmentación de las audie

Salud sénior: el gran negocio

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  [Publicado en el número de mayo de 2024 de Informex Informales] Si hay un indicativo que ponga en evidencia el desarrollo de la economía es el del crecimiento del gasto sanitario. La inversión en salud suele ser un síntoma de que la sociedad demanda una atención sanitaria mayor y de mejor calidad, lo que trae como consecuencia unos resultados muy visibles en el terreno económico. Otro efecto de este crecimiento es el aumento en la creación de nuevos medicamentos, lo que, a su vez, produce una mayor venta de los mismos. Y si a todo esto unimos que el constante envejecimiento de la población genera oportunidades muy atractivas para la industria farmacéutica, hospitalaria y de asistencia, nos encontramos con un mercado que presenta unas cifras espectaculares y en constante expansión. En los países de nuestro entorno, observamos, además, cómo los mayores de 65 años casi multiplican por tres el gasto per cápita en salud con respecto al de aquellos de edad inferior. Algo que también está s