Los 'expertos' se equivocan

Con frecuencia estamos leyendo informes de supuestos ‘expertos’ en cuestiones económicas quienes, basándose en datos demográficos objetivos, nos proponen fórmulas eficaces (en su opinión), a través de las cuales la sociedad resolvería, con relativa sencillez, ese oscuro panorama que ellos vaticinan como consecuencia del envejecimiento de la población.

Sin embargo, son propuestas voluntaristas, de índole teórica, que dudosamente serán aplicables a una realidad futura que solo se parece a sus pronósticos en los porcentajes previstos de los distintos segmentos de edad.

Casi todas se basan en proponer un alargamiento de la vida laboral, lo que no deja de encerrar una visión optimista de una situación a la que será difícil llegar sin abordar, con anterioridad, una profunda reforma de las condiciones objetivas en el mercado real del trabajo (que poco tiene que ver con la idílica perspectiva teórica que algunos contemplan). 

Claro está que muchas personas estarían dispuestas a alargar su actividad laboral (en especial, si ese alargamiento produce un efecto positivo notable en su pensión futura), pero, por desgracia, no tienen esa posibilidad.

 

La clave está en establecer un procedimiento fiscal y de cotizaciones sociales, asumible por empresas y trabajadores, que permita incentivar el crecimiento del empleo, tanto para las generaciones más jóvenes como para las de mayor edad. Porque tampoco tendría sentido proponer soluciones que prolonguen la vida laboral de la población sénior, produciendo un indeseable aumento del paro juvenil. 

Y, para lograrlo, es imprescindible moderar el ansia recaudadora del Estado, que es el único que puede acometer las necesarias reformas.

 

Si las empresas prescinden de su personal más veterano es, entre otras cosas, porque se les ha ofrecido gran facilidad para promover jubilaciones anticipadas colectivas, lo que permitía a las compañías que acometían esta fórmula abaratar su masa salarial, mediante el simple método de rejuvenecer la plantilla. Tampoco es ajena a esta consecuencia la mecanización y robotización de tareas, tradicionalmente encomendadas a trabajadores, cuyos puestos han dejado de ser necesarios. Y esto ha ocurrido no solo en la industria, sino, también, en el sector primario y en el de servicios.

 

Muchos mayores seguirían trabajando… si encontrasen un empleo. Y si ese empleo no condicionase la cuantía a recibir en su jubilación. Por eso es necesario incentivar, desde las administraciones, esta alternativa. No se puede descargar la responsabilidad en las empresas (y, mucho menos, en los trabajadores).

Pero hay otra manera, complementaria (y muy sencilla), de ayudar a que los mayores sigan trabajando. Consiste en permitir que el trabajo sea compatible con el cobro completo de la pensión. Es algo que nadie pondría en duda si se aceptase un hecho que, siendo una verdad absoluta, suele estar oculto en cuantas discusiones se plantean sobre la viabilidad del sistema de pensiones, y que no es otro que el de reconocer que los jubilados pensionistas no cobran de las aportaciones de las cotizaciones de quienes están ahora en activo, sino de las suyas propias que, tanto ellos como los empresarios para quienes estuvieron trabajando, han venido, año tras año, desembolsando. Obviar esto es desviar la cuestión hacia un terreno de discusión basado en una falsedad.

Aceptando esta realidad, es poco discutible que la pensión es un derecho inalienable, independiente de que se vuelva a trabajar o no. Es como si no se permitiese a los pensionistas recuperar un fondo de inversión que han creado y mantenido con sus propios ingresos.

 

Este hipotético trabajo de los jubilados debería ser ajeno, en todos los sentidos, al cobro de una pensión, incentivando a las empresas que les contraten mediante una notable reducción de seguros sociales, mientras que, como es lógico, el trabajador-jubilado sí cotizaría con normalidad, en función de la base que le correspondiese, según su salario. 

No creo equivocarme si opino que un buen número de pensionistas se reincorporarían al mundo laboral activo… y seguirían aportando cuotas a la Seguridad Social… y su talento y capacidad profesional a las empresas y al mercado, en general.

 

Claro está que todo esto implica asumir un cambio de paradigma (asunción que acabará siendo inevitable) para el que la sociedad debe estar preparada.

El grupo sénior de la población, en todos los países desarrollados, tiene una edad ‘efectiva’ muy inferior a la que se obtiene de restar del año actual el de su nacimiento. Y eso significa que la sociedad tiene que cambiar múltiples prejuicios, largamente consolidados.

El primero de ellos es que hay que acabar con buena parte de las iniciativas ‘exclusivas para mayores’ (viajes, centros ocio, actividades sociales, etc.) y hacerlas extensiva
s a todas las edades. Las diferencias entre generaciones están desapareciendo, como, afortunadamente, ocurre con las de sexo (me niego a llamarlo ‘género’), de raza o de hábitat. Y esto es uno de los grandes logros de la humanidad. No seamos tan rancios (y tan retrógrados) como para hacernos los ‘modernos’, presumiendo de feminismo y antirracismo, mientras mantenemos un edadismo recalcitrante. 

 

Una reciente encuesta nos ofrecía este relevante dato: el 80 % de las personas mayores se consideran más jóvenes que los de su misma edad. Y hay otro, quizá más significativo aún: España es el país en el que opinamos que la vejez empieza más tarde.

Están muy equivocados quienes encasillan a las personas por su sexo, su raza, su lugar de residencia… o por su edad. Y no se trata de una cuestión ética. Es mucho más que eso. Se confunden tanto que se perjudican a ellos mismos y a cuantos objetivos se marcan.

 

Es un disparate de grandes proporciones considerar hoy a los mayores como ‘clase pasiva’, pues juegan un papel muy activo en la economía: tienen más ingresos per cápita que otros grupos de edad, realizan un mayor gasto, poseen un patrimonio medio superior… y se cuentan por millones en nuestra sociedad. Son, sin la menor duda, mucho más activos, desde el punto de vista económico, que los jóvenes, por ejemplo. 

 

El día en el que seamos capaces de no prejuzgar a las personas por su fecha de nacimiento, la humanidad habrá dado otro gran paso: un paso mucho mayor (y más importante) que el que dio Neil Armstrong al pisar la luna. 

 

Todo llegará.



Publicado en Vida Silver


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