Los tres motivos ocultos
Es cierto que en Presidentex jugamos con ventaja sobre la mayoría. En concreto, disfrutamos de tres condiciones que nos favorecen.
La primera de ellas es que sabemos muchas cosas. Y no es porque seamos más listos que los demás, sino porque doscientos años en esta profesión (la publicidad y el marketing) dan para mucho. Dicho así, de golpe, parece exagerado, pero no lo es en absoluto: cuatro miembros de Presidentex, a unos cincuenta años de experiencia real (cada uno) en puestos de máxima responsabilidad individual y colectiva, dan para saber bastante.
La segunda ventaja es la independencia. No dependemos más que de nosotros mismos. Ni siquiera tenemos que mantener contentos a nuestros clientes. Podemos decirles las cosas como las pensamos, sin necesidad de ser políticamente correctos o demasiado prudentes al manifestar nuestras opiniones. De hecho, lo que más se valora de nuestros consejos es precisamente eso: la total independencia de opinión.
Y la tercera es una derivada de la anterior: la libertad. Nada nos impide ser sinceros en la forma de expresarnos. Ya no nos debemos a nada ni a nadie. Nuestro proyecto nació libre y lo seguirá siendo hasta el final. Nos dedicamos a lo que nos gusta y solo hacemos algo si creemos en ello. Tenemos suerte, sí.
Pero no era de las ventajas de Presidentex de lo que queríamos tratar aquí, sino, más bien, de todo lo contrario. Nos referimos a lo que decíamos en la primera frase de este artículo: ¿por qué nadie puede contar las cosas que contamos nosotros?
También hay tres motivos. Motivos generalmente ocultos, porque esconden situaciones que, como mínimo, son incómodas.
Con frecuencia comprobamos eso (lo de que nadie dice lo que nosotros sí contamos) cuando hablamos de temas como la importancia del target sénior para las marcas… o del verdadero papel de las redes sociales en la comunicación publicitaria.
A este último respecto conviene recordar (por si todavía queda alguien que no lo sepa) que contamos, en conjunto, con varios cientos de miles de seguidores en redes sociales, artículos publicados en blogs con cerca de un millón de lecturas y, como es lógico, muchos millones de visionados de cuanto hemos compartido en internet. O sea que, cuando hablamos de redes sociales, sabemos de lo que estamos hablando.
Pues bien, como ya hemos apuntado, son tres los motivos por los que nadie más dice lo que dice Presidentex. Y cada uno de ellos está bien arraigado en un grupo específico de individuos.
El primer motivo es el más sencillo de todos: no lo saben.
Puede parecer sorprendente, ya que casi la totalidad de lo que contamos es del dominio público. Nuestras fuentes están a disposición de todo el mundo (Banco de España, Instituto Nacional de Estadística, informes de la Unión Europea…). Cualquiera puede acceder a ellas. Resulta curioso que tan pocos profesionales del marketing y la publicidad hayan tenido interés en consultarlas. Incluso la prensa local e internacional (y, muy en particular, la económica) se ha hecho eco, con bastante frecuencia, de los datos de presentamos.
El segundo motivo puede parecer (aún) más peregrino: no quieren saberlo.
Este es un grupo diferente de personas (siempre nos cuesta, en este caso, referirnos a ellas como ‘profesionales’) empeñadas en ‘seguir viendo vestido al emperador, pese a que este vaya desnudo por la calle’. La mayoría de los pertenecientes a este colectivo pretenden modificar la realidad mediante el sencillo método de cerrar los ojos ante lo que tienen delante. Su deseo, casi imperativo, es que el universo sea como a ellos les gustaría que fuese, algo que no criticamos en un aficionado, pero que nos parece incompatible con el ejercicio profesional. Claro está que, entre ellos, hay un sector que no actúa así solo por narcisismo, sino que lo hacen impulsados por un temor atroz, casi supersticioso, a ser considerados ‘obsoletos’ por sus colegas y, en consecuencia, apartados del sistema.
El tercero de los motivos es más preocupante todavía: no les interesa que nadie conozca la verdad.
Quienes actúan en base a esta causa, lo hacen porque tienen poderosas razones económicas (cierto es que, para algunos de ellos, ni siquiera son ‘poderosas’, solo son económicas) para seguir defendiendo una postura objetivamente falsa… y subjetivamente interesada, claro. A favor de su discurso cuentan con esa ignorancia colectiva, tan generalizada, y con el apoyo de ese otro ejército de voluntarios narcisistas, a los que nos hemos referido al exponer los dos motivos anteriores.
Siempre han existido quienes se aprovechan de las debilidades ajenas, ya sean estas físicas, mentales, anímicas o emocionales. Y si los megapoderosos disponen de una nutrida comunidad de lacayos que, beneficiados por unas migajas crematísticas, aderezadas, eso sí, por una bien condimentada pátina de autoindulgencia, cuidan de sus multimillonarios intereses, miel sobre hojuelas.
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