Desprecio olímpico



La expresión ya está en desuso, si bien es cierto que, a raíz de algunos aspectos de la celebración de los Juegos de la Olimpiada de París, hemos comprobado que diversos observadores, críticos con el desarrollo de su ceremonia inaugural, la han recuperado en sus artículos de opinión.

 

Sin embargo, aquí queremos utilizarla en su sentido original, que es el que puede traducirse por algo así como ‘desdén altanero, soberbio’. Y no lo hacemos para referirnos a una actitud intencionada, sino, más bien, a un comportamiento que, sin pretenderlo, lleva implícito un sentimiento contradictoriamente vanidoso y de tácita arrogancia.

Estamos hablando de ‘Dear Sydney’, el spot de Gemini en el que un padre solicita al asistente de Google que ayude a su hija a redactar una carta dirigida a su admirada atleta (Sydney McLaughlin-Levrone).



No dudamos de la buena intención de Google, pero es ahí, precisamente, donde reside el problema. 

 

El comercial es desafortunado por un doble motivo, pero, antes de entrar en esas consideraciones, resaltemos (una vez más, y van…) la imperiosa necesidad que todas las plataformas tecnológicas tienen de recurrir a la televisión cuando quieren llegar con eficacia a una amplia audiencia. ¿Por qué será? Cada uno que se dé a sí mismo la respuesta que prefiera, pero el caso es que los Meta, Google, Amazon, etc. siempre aparecen en las primeras posiciones de los ránquines de mayores anunciantes en televisión. Está claro que saben qué medios son los que funcionan en publicidad. 

 

Y, volviendo a la doble causa apuntada antes, su primera y más obvia vertiente es lo poco edificante que resulta el hecho de que un padre fomente el uso de ese tipo de herramientas artificiales, no ya para resolver un problema complejo, sino para algo tan puramente emocional como que una niña exprese sus propios sentimientos. Abre un territorio, cuando menos, ‘incómodo’ para nuestra cada vez más disminuida naturaleza humana… 

La segunda es la absoluta inoportunidad del momento: los Juegos Olímpicos.

Cierto es que el espíritu original del animoso barón Pierre de Coubertin hace tiempo que está desdibujado, pero… no sé… animar a utilizar este tipo de mecanismos para suplantar a la sensibilidad de un niño, en una ocasión como esta, me resulta próximo (en el plano anímico, claro está) a fomentar prácticas inadecuadas para ser ‘altius’, ‘citius’ o ‘fortius’ en una competición deportiva de las características propias de unas Olimpiadas. Vamos, que no me suena bien.

 

Esta última reflexión es la que nos aproxima al título del artículo. Podríamos decir, incluso, que, más que desprecio, hay falta de aprecio. Tanta falta de aprecio que quien firma el spot ni siquiera se da cuenta del desdén que lleva implícito su comportamiento.

 

Así vamos.

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