No tengas miedo
[Cuento de Navidad]
En cualquier caso, la fecha exacta no era de particular importancia. Pero sí lo era el estado de ánimo de Alex. Llevaba tiempo sin dormir bien, acosado por extrañas pesadillas en las que sombras irreconocibles le asediaban con expresiones de difícil o ninguna comprensión. Palabras y acrónimos que él trataba de memorizar y entender… sin conseguirlo nunca.
A veces los repetía mecánicamente, con la sonora resonancia del eco de esa profunda caverna en la que siempre se encontraba, perdido en sus sueños, de la que le resultaba imposible escapar. En ocasiones, trataba de correr por aquellas laberínticas galerías, cuyos techos estaban repletos de abigarradas pinturas rupestres representando figuras de monstruosas bestias imaginarias… sin encontrar jamás una salida.
Realmente, sentía miedo. Se despertaba en mitad de la noche sobresaltado, con una sensación rara: le parecía que una fuerza poderosa y desconocida le empujaba a creer en cosas en las que, en realidad, no creía. Esa misteriosa fuerza contaba con el respaldo de todos sus amigos, de sus colegas de trabajo, de cuantos conocía, de todo el mundo…
Estaba obligado a aceptar una falsa verdad absurda, incomprensible… ridícula, incluso. Si se dejaba llevar por la inercia, instalado en esa órbita en la que quienes le rodeaban parecían girar felices, nada malo le pasaría –al menos, esa era la sensación que percibía–pero si trataba de cuestionar los insustanciales criterios en los que se sustentaba, caería, sin remedio, en el dantesco abismo del olvido, en un eterno y profundo ostracismo del que nadie había regresado nunca.
Hasta que, cuando menos lo esperaba, llegó el gran sueño:
Alex permanecía aferrado al saliente de una roca, justo frente al enorme agujero negro por el que temía caer. Sobre él, en el techo de la caverna, los rojizos bisontes y las negras bestias de presa empezaron a desdibujarse lentamente, adoptando forma de rostros humanos. A Alex le resultaron familiares sus rasgos… los había visto en alguna parte. De pronto, uno de ellos empezó a hablar, sin que apenas se moviese la pipa que llevaba entre los labios.
—Desde luego que no —dijo otro, con gafas—. Soy Maurice. Tanto yo como mi hermano Charles opinamos igual que David.
Charles, algo más moreno que su hermano, asintió con la cabeza, retirándose de la frente un pequeño mechón descolocado de su flequillo.
—¿Tú piensas lo mismo, Jacques? —preguntó, mirando a una cuarta cabeza, de pronunciada calvicie y ojos un tanto achinados.
—Rien de rien, Alex. Absolutamente nada malo te ocurrirá —aseguró con una sonrisa y haciendo gala de un marcado acento francés.
Y los cuatro se volvieron, con gesto interrogante, hacia una nueva cara que, instantes antes, había sido la figura de un escarabajo negro.
—¿Y tú Bill? —fue la escueta pregunta de Charles.
—Por una vez, voy a decir algo que nadie me ha oído decir, Alex: Think big.
Instantes después, Alex despertó. Tranquilo, feliz, sin miedo alguno.
Comentarios
Publicar un comentario