No tengas miedo

 [Cuento de Navidad]


Había pasado ya la Nochebuena y, tal vez, el último día del año. O quizá no…
En cualquier caso, la fecha exacta no era de particular importancia. Pero sí lo era el estado de ánimo de Alex. Llevaba tiempo sin dormir bien, acosado por extrañas pesadillas en las que sombras irreconocibles le asediaban con expresiones de difícil o ninguna comprensión. Palabras y acrónimos que él trataba de memorizar y entender… sin conseguirlo nunca.
A veces los repetía mecánicamente, con la sonora resonancia del eco de esa profunda caverna en la que siempre se encontraba, perdido en sus sueños, de la que le resultaba imposible escapar. En ocasiones, trataba de correr por aquellas laberínticas galerías, cuyos techos estaban repletos de abigarradas pinturas rupestres representando figuras de monstruosas bestias imaginarias… sin encontrar jamás una salida.
 
Por segunda vez en su vida (la primera fue hace muchos años, cuando cambió de profesión y se dedicó al marketing) vivía inmerso en una situación similar.
Realmente, sentía miedo. Se despertaba en mitad de la noche sobresaltado, con una sensación rara: le parecía que una fuerza poderosa y desconocida le empujaba a creer en cosas en las que, en realidad, no creía. Esa misteriosa fuerza contaba con el respaldo de todos sus amigos, de sus colegas de trabajo, de cuantos conocía, de todo el mundo…
Estaba obligado a aceptar una falsa verdad absurda, incomprensible… ridícula, incluso. Si se dejaba llevar por la inercia, instalado en esa órbita en la que quienes le rodeaban parecían girar felices, nada malo le pasaría –al menos, esa era la sensación que percibía–pero si trataba de cuestionar los insustanciales criterios en los que se sustentaba, caería, sin remedio, en el dantesco abismo del olvido, en un eterno y profundo ostracismo del que nadie había regresado nunca.
 
Y así, una noche tras otra.
Hasta que, cuando menos lo esperaba, llegó el gran sueño:
Alex permanecía aferrado al saliente de una roca, justo frente al enorme agujero negro por el que temía caer. Sobre él, en el techo de la caverna, los rojizos bisontes y las negras bestias de presa empezaron a desdibujarse lentamente, adoptando forma de rostros humanos. A Alex le resultaron familiares sus rasgos… los había visto en alguna parte. De pronto, uno de ellos empezó a hablar, sin que apenas se moviese la pipa que llevaba entre los labios.
 
—Hola, Alex. Soy David. No tengas miedo. Nada te pasará si reconoces públicamente la verdad.
—Desde luego que no —dijo otro, con gafas—. Soy Maurice. Tanto yo como mi hermano Charles opinamos igual que David.
Charles, algo más moreno que su hermano, asintió con la cabeza, retirándose de la frente un pequeño mechón descolocado de su flequillo.
—¿Tú piensas lo mismo, Jacques? —preguntó, mirando a una cuarta cabeza, de pronunciada calvicie y ojos un tanto achinados.
Rien de rien, Alex. Absolutamente nada malo te ocurrirá —aseguró con una sonrisa y haciendo gala de un marcado acento francés.
Y los cuatro se volvieron, con gesto interrogante, hacia una nueva cara que, instantes antes, había sido la figura de un escarabajo negro.
—¿Y tú Bill? —fue la escueta pregunta de Charles.
—Por una vez, voy a decir algo que nadie me ha oído decir, Alex: Think big.
 
David, Maurice, Charles, Jacques y Bill (este último apoyando su mejilla en uno de sus puños) sonrieron abiertamente, sin dejar de mirar a un atónito Alex, incapaz de articular palabra.
Instantes después, Alex despertó. Tranquilo, feliz, sin miedo alguno.
 
Esa mañana, llegó temprano a la agencia. Tenía una reunión con su principal cliente, un fabricante de automóviles que esperaba recibir una respuesta innovadora al briefing de medios que había presentado un par de semanas antes.
 
Tras los saludos de rigor, Alex levantó la mano para advertir a sus compañeros de su intención de ser el primero en intervenir. Se hizo un silencio, un tanto incómodo, en la sala de reuniones y Alex, levantándose, tomó la palabra:
 
—Es posible que os sorprenda lo que vais a oír —dijo, con voz firme y segura, sin dejar de mirar al equipo del cliente—. Recomendamos suspender todas las inversiones de vuestra marca en redes sociales, anular los contratos que tenemos en vigor con influencers y, por supuesto, cancelar de inmediato los planes para introducirla en el metaverso.
 
Los ejecutivos de marketing del cliente se removieron, nerviosos, en sus sillas.
 
—Vamos a dedicar el cien por cien del presupuesto de medios a televisión, prensa, revistas, radio y exterior —aseguró con rotundidad—. La campaña será un éxito, aumentarán las ventas y vuestra marca os lo agradecerá eternamente.


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