Hasta que el algoritmo nos separe
Durante mucho tiempo fueron felices. Tenían gustos diferentes y sus opiniones no coincidían en muchos temas. Votaban a partidos políticos distintos y eran seguidores de equipos de fútbol rivales. Pero nada de eso era un problema serio. Si en algún momento discutían (no era infrecuente) lo hacían de forma civilizada y siempre respetando las ideas del otro. En lógica consecuencia, sus hijos crecieron en un ambiente de libertad y razonable comprensión. No eran un matrimonio perfecto (probablemente, ninguno lo es) y, pese a ello, llegaban a parecerlo sin necesidad de disimular. Fue con el paso de los años, cuando sus ideas empezaron a radicalizarse. Poco a poco, casi sin ser conscientes de que les estaba sucediendo. Tanto llegó a ser así que, sin darse cuenta, los amigos de uno dejaron de ser amigos del otro. Y viceversa. Curiosamente, los dos círculos de amistades eran cada vez más homogéneos en su composición interna... y más alejados entre ambos. Las otrora moderadas discus...